Ficha
del festejo
17
de marzo, 5ª de Fallas. Media entrada. Toros de Alcurrucén bien presentados y
mansos en distinto grado.
Juan
José Padilla: saludos tras aviso y saludos.
Miguel
Abellán: vuelta al ruedo tras petición y silencio.
Diego Urdiales: saludos tras aviso y silencio tras aviso.
Entre
el desapacible clima de la tarde valenciana, más desabrida aún resultó la lidia
de una corrida de
Alcurrucén tan seria como falta de casta. Abantos y huidos
todos de salida, casi todos los toros de la familia Lozano se dolieron y
salieron sueltos en varas para después pararse directamente o moverse sin celo
ni entrega alguna en las muletas de la terna de toreros.
Ante
tal panorama, el más difícil reto no era tanto intentar caldear mínimamente el
gélido ambiente que reinaba en el tendido sin meter en faena a tanto manso con
ganas de huida. Los tres toreros lo intentaron a su manera, pero fue Diego Urdiales quien lo consiguió
con mayor seguridad en dos labores en los que el temple, la
inteligencia y el aplomo fueron sus armas más convincentes.
Las
faenas del diestro riojano resultaron muy similares, en tanto que también
tuvieron parecida condición ambos toros de su lote: sin celo ni clase, no
quisieron emplearse apenas tras las telas de Urdiales, aunque su buena técnica consiguió aprovechar el mínimo
resquicio de lucimiento que encontró con paciencia.
Tanto
al tercero como al sexto, que fue un hondo toro cinqueño, les aplicó el diestro
de Arnedo un convincente planteamiento: temple, medida y ritmo en los sueltos
vuelos de la muleta, siempre con aplomo y naturalidad en la figura y sin
salirse de la línea de fuego.
Fue
así como, sobre todo con la izquierda, sacó muletazos limpios de esas
medias arrancadas a las que él mismo daba intensidad acompañándolas
gallardamente con el pecho. De menos a más los dos trasteos, y precedido el del
sexto de un buen toreo a la verónica, Urdiales consiguió así lo más difícil,
pero perdió trofeos en ambos turnos por su falta de contundencia con la espada.
Juan José
Padilla insistió sin demasiado éxito con un primer toro muy
aplomado, al que tuvo que provocar cada una de sus escasas embestidas. Y aún
menos, salvo banderillear con espectacularidad, pudo sacar del cuarto, que, dañado
probablemente en varas, se
encogió moribundo hasta echarse definitivamente en la arena sin
que el diestro jerezano llegar siquiera a entrarle a matar.
El
lote de más movilidad y emoción de la corrida fue el que correspondió a Miguel Abellán. Su primero tuvo incluso
ciertas posibilidades, porque repitió varias arrancadas potables y en paralelo
a la figura del diestro.
No
sin cierta tensión en los cites que impidió la ligazón de los pases, Abellán
logró con éste momentos interesantes en un trasteo que no terminó de coger
vuelo, para dar finalmente una vuelta al ruedo. Ya con el quinto, que se movía
en bruscas oleadas aunque sin malas intenciones, acertó el madrileño a
aprovechar inteligentemente cada inercia sin pedirle al animal mayores
esfuerzos en un trabajo
de buen oficio pero también mal rematado con los aceros.
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