Ficha del festejo
16 de marzo, 4ª de
Fallas. Lleno. Toros de Juan Pedro Domecq bien presentados pero descastados en
general. Primero y segundo resultaron los más manejables.
Vicente Ruiz "El
Soro": oreja y tres vueltas al ruedo tras petición.
Enrique Ponce: oreja
tras aviso y saludos.
Manzanares: silencio
tras aviso y silencio.
Incidencias: Los tres matadores
fueron obligados a saludar antes de recibir a sus respectivos toros.
La
presencia de El Soro constituyó en sí misma un atractivo el día que Enrique
Ponce cumplía 25 años de alternativa. Ambos cortaron una oreja de una
descastada corrida de Juan Pedro Domecq, mientras que Manzanares se marchó de
vacío.
Soro,
Soro, Soro... coreaban los tendidos. Emoción desbordada la tarde que el milagro
toreó en Valencia, magnetizó la atención y acaparó flashes. La tarde que Ponce,
que cumplía 25 años de alternativa, consintió qué le restasen protagonismo, la
tarde que Manzanares fue testigo de ello.
Lo
de El Soro
no es simplemente cuestión de valor. Es mucho más. Es coraje, raza,
autosuperacion, confianza, pundonor, el milagro de la perseverancia, es no rendirse
jamás, son cojones. Es la prueba de que muchas veces se puede a pesar de todas
las adversidades. Es un ejemplo a seguir en una sociedad que se columpia en lo
fácil, que le duele el sacrificio, que no promulga el esfuerzo. Con 54 años,
los mismos que operaciones en sus piernas, y más de dos décadas fuera de los
ruedos, El Soro dio toda una lección a cuantos pretenden llegar a algo en este
difícil mundo.
La
faena con la que se reencontró con su plaza 21 años después estuvo cargada de
simbología. Brindó a sus hijos y reclamó para sí la valencianía de la que
siempre hizo gala clavando en el centro del ruedo una señera valenciana. Pero
antes lo más importante, no rehuyó el tercio que le dio fama y cartel y clavó
tres pares de banderillas, el primero el del Molinillo el suyo, otro de dentro
a fuera y el último al violín al quiebro. Todo después de recibir a su
antagonista con cadenciosas verónicas y de quitar por chicuelinas y navarras.
En su faena hubo derechazos ligados, un puñadito de naturales largos y profundos
y hasta desplantes valerosos con sabor añejo. Hundió el estoque al segundo
intento y la petición de oreja fue un clamor.
Pero
la traca gorda llegó en el cuarto, al que recibió sentado en una silla a porta
gayola y al que, después de invitar a Montoliu a banderillear, recetó dos pares
más del Molinillo, ahora más ajustados y reunidos. La plaza gritaba su nombre,
se volvía loca. En la muleta el toro sacó picante, y el valenciano echó mano de
recursos antes de enfrontilarse para matar. Resbaló en el encuentro y la
tragedia planeó sobre la capital del Turia. Afortunadamente todo quedó en un
susto. Luego llegaron los descabellos, la petición no atendida y las tres
vueltas al ruedo que fue obligado a dar. Nada importaba ya, sólo el recuerdo de
la emoción provocada y del ejemplo que dio un hombre que jamás se rindió hasta
lograr su objetivo: volver a sentirse el torero que fue.
Al
segundo de la tarde había que darle tiempo y esperarlo. Toro al que convencer,
no al que imponer. Protestó desde el principio y eso sólo tenía un remedio: el
temple. Ponce
diálogo con él: "me espero, cuando tú quieras... y ahora cógela". El
toreo surgió reunido, ligado y elegante, sin un tirón, sin la mínima violencia.
Pura armonía a pesar de que el animal no era, ni de lejos, lo bueno que el de
Chiva hizo parecer y que, además, acabo condicionando el ritmo de la faena.
El
quinto no tuvo raza ni clase ni apenas fuerzas para seguir la muleta. Tan al
límite estaba de todo que ni siquiera Ponce pudo convencerle para que
embistiese a pesar de su encomiable empeño.
Al
primero del lote de Manzanares
le costaba acabar el viaje y se quedaba demasiadas veces eligiendo entre las
telas o el cuerpo del matador. Intentó desengañarlo el alicantino citándolo con
suavidad y pretendiendo llevarlo más largo de lo que el animal quería. Pero
pronto se dio cuenta de que lo único que cabía era pegarse un arrimón y
alardear ante él. Se metió entre los pitones penduleando la muleta, puso al
público a su favor pero finalmente marró con el estoque.
El que cerraba festejo
no valió ni para eso. Embistió con la cara por las nubes y de forma
intermitente, lo que impidió que la faena tuviese la mínima intensidad.
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