lunes, 16 de marzo de 2015

Valencia ( 4ª de la Feria de Fallas ) : el Soro, dueño y señor del escenario.



Ficha del festejo
16 de marzo, 4ª de Fallas. Lleno. Toros de Juan Pedro Domecq bien presentados pero descastados en general. Primero y segundo resultaron los más manejables.

Vicente Ruiz "El Soro": oreja y tres vueltas al ruedo tras petición.
Enrique Ponce: oreja tras aviso y saludos.
Manzanares: silencio tras aviso y silencio.

Incidencias: Los tres matadores fueron obligados a saludar antes de recibir a sus respectivos toros.

La presencia de El Soro constituyó en sí misma un atractivo el día que Enrique Ponce cumplía 25 años de alternativa. Ambos cortaron una oreja de una descastada corrida de Juan Pedro Domecq, mientras que Manzanares se marchó de vacío.

Soro, Soro, Soro... coreaban los tendidos. Emoción desbordada la tarde que el milagro toreó en Valencia, magnetizó la atención y acaparó flashes. La tarde que Ponce, que cumplía 25 años de alternativa, consintió qué le restasen protagonismo, la tarde que Manzanares fue testigo de ello.

Lo de El Soro no es simplemente cuestión de valor. Es mucho más. Es coraje, raza, autosuperacion, confianza, pundonor, el milagro de la perseverancia, es no rendirse jamás, son cojones. Es la prueba de que muchas veces se puede a pesar de todas las adversidades. Es un ejemplo a seguir en una sociedad que se columpia en lo fácil, que le duele el sacrificio, que no promulga el esfuerzo. Con 54 años, los mismos que operaciones en sus piernas, y más de dos décadas fuera de los ruedos, El Soro dio toda una lección a cuantos pretenden llegar a algo en este difícil mundo.

La faena con la que se reencontró con su plaza 21 años después estuvo cargada de simbología. Brindó a sus hijos y reclamó para sí la valencianía de la que siempre hizo gala clavando en el centro del ruedo una señera valenciana. Pero antes lo más importante, no rehuyó el tercio que le dio fama y cartel y clavó tres pares de banderillas, el primero el del Molinillo el suyo, otro de dentro a fuera y el último al violín al quiebro. Todo después de recibir a su antagonista con cadenciosas verónicas y de quitar por chicuelinas y navarras. En su faena hubo derechazos ligados, un puñadito de naturales largos y profundos y hasta desplantes valerosos con sabor añejo. Hundió el estoque al segundo intento y la petición de oreja fue un clamor.

Pero la traca gorda llegó en el cuarto, al que recibió sentado en una silla a porta gayola y al que, después de invitar a Montoliu a banderillear, recetó dos pares más del Molinillo, ahora más ajustados y reunidos. La plaza gritaba su nombre, se volvía loca. En la muleta el toro sacó picante, y el valenciano echó mano de recursos antes de enfrontilarse para matar. Resbaló en el encuentro y la tragedia planeó sobre la capital del Turia. Afortunadamente todo quedó en un susto. Luego llegaron los descabellos, la petición no atendida y las tres vueltas al ruedo que fue obligado a dar. Nada importaba ya, sólo el recuerdo de la emoción provocada y del ejemplo que dio un hombre que jamás se rindió hasta lograr su objetivo: volver a sentirse el torero que fue.

Al segundo de la tarde había que darle tiempo y esperarlo. Toro al que convencer, no al que imponer. Protestó desde el principio y eso sólo tenía un remedio: el temple. Ponce diálogo con él: "me espero, cuando tú quieras... y ahora cógela". El toreo surgió reunido, ligado y elegante, sin un tirón, sin la mínima violencia. Pura armonía a pesar de que el animal no era, ni de lejos, lo bueno que el de Chiva hizo parecer y que, además, acabo condicionando el ritmo de la faena.

El quinto no tuvo raza ni clase ni apenas fuerzas para seguir la muleta. Tan al límite estaba de todo que ni siquiera Ponce pudo convencerle para que embistiese a pesar de su encomiable empeño.

Al primero del lote de Manzanares le costaba acabar el viaje y se quedaba demasiadas veces eligiendo entre las telas o el cuerpo del matador. Intentó desengañarlo el alicantino citándolo con suavidad y pretendiendo llevarlo más largo de lo que el animal quería. Pero pronto se dio cuenta de que lo único que cabía era pegarse un arrimón y alardear ante él. Se metió entre los pitones penduleando la muleta, puso al público a su favor pero finalmente marró con el estoque.
 
El que cerraba festejo no valió ni para eso. Embistió con la cara por las nubes y de forma intermitente, lo que impidió que la faena tuviese la mínima intensidad. 

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